Siempre he sentido predilección por los géneros literarios considerados menores —entre ellos, por ejemplo, la ficción mínima, que tan a menudo he cultivado—, lo que me ha llevado una y otra vez a bucear en un mar poblado de cardúmenes de letras en busca de esa pieza especial, ese coral oculto que me ofreciera algo distinto, sugerente, alejado de las corrientes literarias más recorridas.
En esa búsqueda me he topado con todo tipo de obras y autores, pero si existe un autor cuya obra me ha marcado profundamente ese es, sin duda, José Hernampérez. No encontrarás nada de él en la red, me temo, pues sus libros apenas se han distribuido más allá de la provincia que le vio nacer, Soria. José Hernampérez, oriundo de Castillejo de Robledo, un pequeño pueblo perdido en la confluencia de las provincias de Segovia, Burgos y Soria, escribió toda su obra en el silencio del que se sabe querido por los suyos pero teme abrirse a otro público quizá más exigente, quizá menos preparado para lo que él quería mostrarles. Me imagino al autor con su pequeño teatrillo a cuestas, recorriendo en su carro el camino de tierra que conducía a Maderuelo, deteniéndose sobre el puente que hoy cubre el agua a contemplar el pueblo y preparar su obra, y siento nostalgia de tiempos y personas que no he conocido. Falsa nostalgia de un pasado que no es el mío, pero que me hubiera gustado compartir. Porque José Hernampérez llevó una vida tranquila, oculta tras bastidores y títeres, ajeno a glorias y famas pero siempre ofreciendo a su público fiel lo mejor de sí mismo.
La obra de José Hernampérez abarca desde el poema hasta el relato —nunca cultivó la novela, al menos yo no he logrado encontrar referencias ni textos en el exhaustivo recorrido que he realizado de su obra—, si bien la mayor parte de su creación se centra en los títeres. He recorrido los pueblos de la zona que frecuentaba para hablar con los más ancianos, aquellos que quizá recordaban su carro y su teatro (el Teatro de la Tía Norica lo llamaba), pero no he tenido fortuna. Apenas una sonrisa a medias, un comentario fugaz, una recomendación para hablar con otro parroquiano. Cuando les he mostrado el legajo con parte de sus obras he visto el brillo del reconocimiento en sus ojos, pero nada más me han dicho. Yo siempre les preguntaba lo mismo: ¿han visto a José Hernampérez representando estas obras?
Porque los papeles que yo poseo, encontrados bajo uno de los bancos de la pequeña iglesia románica de Castillejo de Robledo cuando realizaron las obras de restauración, muestran obras escritas que, francamente, no veo cómo un hombre pudo representar. Y no me detengo a valorar su temática, ya de por sí extremadamente grotesca e inusual para la época, sino a su estructura alejada de las formas clásicas, a sus diálogos faltos de ritmo y a la gran cantidad de personajes y decorados que algunas de ellas implican. ¿Fue capaz José Hernampérez de representar estas obras, tal y como nos cuenta en su diario de viaje? Si fue así, ¿por qué nadie le recuerda? ¿Por qué parece haber sido olvidado?
Incluso en Castillejo de Robledo poco o nada saben de él. Visité el viejo cementerio, situado en una colina a poca distancia del pueblo, y allí encontré su tumba, apenas una cruz oxidada y un pequeño túmulo perdido junto al muro de piedra desmoronado. Algunos le recordaban, o habían oído hablar de él. Un ermitaño, un hombre de pocos amigos que nunca pisó el único bar del pueblo. Ahora, claro, es distinto.
En Castillejo han construido, como en todo pueblo con encanto que esté en el Camino del Cid, varias casas rurales e incluso un albergue que se llena durante la temporada de caza. Pero antes era distinto. Antes José Hernampérez debía subir a los restos del castillo que se levantan junto al pueblo, instalar allí su teatro y, a la luz de fogatas improvisadas, representar sus historias malsanas ante un público entregado.
Un público en su mayoría compuesto de niños, pues a ellos va dirigida gran parte de su producción. Si les digo lo que desearía haber podido compartir aquellas noches de pesadilla, convendrán conmigo en que no es un deseo extraño, ¿verdad?
Visité su casa. Lleva abandonada muchos años, pues no se le conocieron hijos. Sus padres, claro está, llevan años enterrados y olvidados por todos. Hernampérez es un apellido muy común en la zona, tanto que la mayor parte de las tumbas lo exhiben. También descubrí allí que su segundo apellido era Cuesta, pero siguiendo ese camino tampoco logré dar con otros familiares. Tuve ocasión de hablar con un hombre que fue alcalde del pueblo y me dijo que llegó a conocer a José Hernampérez cuando él era solo un niño y el artista ya había entrado en la vejez, pero no recordaba demasiados detalles del encuentro. Sí, tenía un teatro. Sí, representaba funciones para los niños del pueblo, muchas veces en la plaza, en la vieja escuela, otras en los terrenos del castillo. Pero no recordaba de qué hablaban las obras representadas, y cuando vio los papeles que le mostré, simplemente agitó las manos como si aquel tema no fuera de su incumbencia y me
dejó solo.
En los papeles que albergaba la carpeta que encontré se esconden al menos una docena de obras para títeres, perdidas entre medio centenar de poemas y relatos, muchos de ellos incompletos. Forman un todo caótico, intercalado con un diario de viaje y otro más personal que, en muchos momentos, parecen formar parte de la misma ficción que su obra. A veces encuentro pueblos y nombres indicados en el diario que no coinciden con ninguno que conozca —y he revisado a conciencia la nomenclatura y los topónimos de la zona—; otras veces las personas con las que, al parecer, habló para concertar las representaciones nunca vivieron en los pueblos que menciona, lo que me hace sospechar que trabajaba para terceros que preparaban el terreno antes de que él llegara. Aunque si era así, ¿para qué eran necesarios estos intermediarios? ¿Qué beneficio le proporcionaban?
Muchas incógnitas deja abiertas la obra de José Hernampérez, muchas situaciones oscuras, complejas, que no he llegado todavía a comprender. En cualquier caso, es su obra lo que debería llamar nuestra atención, así que a continuación ofrezco un extracto de una de las que más han llamado mi atención: Días de Peste. Es una obra concebida para ser representada en un teatro de títeres itinerante, probablemente por dos o más personas (aunque no incluya ese detalle en el libreto). Creo que resume a la perfección lo que José Hernampérez ofrecía a su público y lo que esperaba de él. Me he permitido adaptar el libreto con ligeras modificaciones sobre el original, que ofrecía un castellano antiguo difícilmente disfrutable hoy en día. También he corregido pequeños detalles de la ambientación que José Hernampérez pasaba por alto, lanzándose directamente a los diálogos, imagino que por la costumbre del titiritero experto de transcribir la obra una vez ha sido representada multitud de veces.
Discúlpenme por la osadía, pero creo que así podremos disfrutar mucho más de ello. Si no transcribo la obra completa es, me temo, porque albergo la esperanza de, en un futuro propicio, poder recopilar todas sus obras en un volumen y editarlo, como en el pasado han hecho otros grandísimos titiriteros como Daniel Vilela.
En fin, espero que, como yo, disfruten este pequeño fragmento y, si tienen oportunidad, la vean representada en un futuro no demasiado lejano.
O, si se atreven, la representen ustedes mismos.
DÍAS DE PESTE
(Fragmento)
Con Amparín, la niña podrida, y una miríada de invitados desprevenidos
[...]
ENTRADA: En la cocina. El escenario es parco en detalles, pero al menos vemos los fogones y una mesa de cocina. Sabemos, por la escena anterior, que esta cocina pertenece al castillo. También disponemos de información —breve, fragmentada— acerca del brote de peste que asola los pueblos que crecen a los pies de la colina donde se levanta el castillo.
EULALIA (la cocinera, obesa, enorme): Ay que no quiero escucharlo más, ay que no quiero escucharlo más, ay que no quiero escucharlo más.
PETRONIA (la ayudante de cocina): ¡Pues te lo voy a contar otra vez!
EULALIA (dando vueltas alrededor del escenario): Ay que no quiero escucharlo, ay que no quiero escucharlo.
PETRONIA (tras ella): ¡Te lo cuento! ¡Te lo cuento!
Dan vueltas y vueltas con la cantinela. De pronto EULALIA se detiene y PETRONIA choca contra ella.
PETRONIA: ¡Ay, mi nariz! ¡Ay, mi nariz!
EULALIA: ¡No te quejes que tú todavía tienes una!
EULALIA se tapa la boca, pero ya es tarde, le ha dado pie a PETRONIA para volver a su cantinela.
PETRONIA: ¡Claro! ¡No como mi hija! ¡A mi hija le comió la nariz una rata!
EULALIA: Otra vez con lo mismo. ¿Y qué culpa tengo yo, hija?
PETRONIA: Tú ninguna, claro. Y toda. Como todos los que estamos aquí dentro, mientras en el pueblo las ratas se comen a los niños.
EULALIA: Y dale con lo mismo. ¿Acaso quieres salir ahí fuera, con… con… con esos? (dice y señala a los niños)
PETRONIA (mirando, en silencio, al público congregado): No, por Dios. Mira sus rostros, mira sus cuerpos. Están podridos. Todos esos tienen la peste, o algo peor.
EULALIA: ¿Y qué hay peor que la peste?
PETRONIA (pensando): Peor que la peste… Hija, qué se yo. Que cuando duermes una rata se te meta por la boca y te coma la lengua.
EULALIA (ríe): ¡Anda que tienes unas cosas!
[...]
Previamente hemos asistido a un explícito acto sexual entre el rey y una cortesana que ha terminado con una inesperada mutilación.
Ahora cambiamos de escena para mostrar otra depravación.
ENTRADA: En el escenario vemos unas mesas, unas sillas, todo preparado para comer. Lujo en cortinas, lujo en decorados. Estamos en un lugar lujoso, quizá un castillo. Vemos varios invitados, títeres de diferentes colores.
INVITADO ROJO: ¡Es hora de comer! ¡Es hora de comer! (se dirige a la mesa principal) ¡Vamos, vamos, ya es la hora!
INVITADO AZUL: ¡Y tanto que es la hora! ¡Llevo horas expirando!
INVITADO VERDE: Querrás decir esperando.
INVITADO AZUL: ¡No, no! (agita la cabeza con vehemencia) ¡Expirando! ¡Como esos pobres de ahí fuera! (mirando al público)
Los títeres se ríen y se burlan del público.
INVITADO AZUL: ¿Vosotros sois pobres? (mirando al público) ¡Claro que sí! Si no, no estarías ahí, sentados en el suelo. Estaríais en el castillo, con nosotros.
INVITADO VERDE: Preparados para comer. ¿Tenéis algo de comer vosotros? No, no lo quiero, todo lo que tengáis lo habréis cogido en el campo.
INVITADO AZUL: Y en el campo está la Peste.
INVITADO ROJO: Así que, aunque no lo sepáis, ya estáis muertos.
Se oyen golpes, alguien llama a la puerta.
AMPARIN: (no se la ve, se oye su voz) ¡Abrid la puerta! ¡Abrid la puerta!
INVITADO ROJO: Pero, ¿quién da esos gritos? ¿Quién pretende perturbar nuestra
comida? ¿Habéis visto vosotros quién nos grita? (hablando con el público)
AMPARIN surge por un lateral del escenario. Desecha, descomponiéndose. Lanza un trozo de
su cuerpo, sanguinolento, al público. Cuando el público la señala, desaparece.
INVITADO AZUL: ¿Dónde está? ¿Dónde está?
AMPARIN aparece, empapada en sangre. Abraza al invitado verde, cubriéndolo de sangre. Cuando el público grita, desaparece.
INVITADO VERDE: (corriendo de un lado para otro) ¡Me ha tocado! ¡Me ha tocado!
INVITADO AZUL vomita sobre el público, un vómito purulento, blanco. Cae frente al escenario, queda tumbado, convulsionándose.
AMPARIN entra en escena. Uno de sus ojos debe caerse de su cara, salir del escenario. Será un regalo para el público, una canica roja.
AMPARIN: ¡Vamos a comer ahora, vamos!
INVITADO ROJO: ¡Niños, malditos seáis! ¡Niños, ojalá os pudráis como ella! ¡Niños, os mataremos a todos!
INVITADO VERDE, gritando sin parar, desaparece del escenario. Mientras tanto AMPARIN se abalanza sobre INVITADO ROJO y empieza a morderlo con ansia. Arranca trozos que escupe al suelo. Oímos risas de fondo mezcladas con música de cuerda.
INVITADO ROJO: (mirando al público)
¡Vuestra es la culpa! ¡Muero y vuestra es la culpa!
AMPARIN: No habléis con la comida, niños.
Se cierra el telón entre gritos y risas.
[...]
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