Está acostumbrado a que los críos se impresionen su primer día de circo. “No has de temer”, dice. Pero su sonrisa pintada, lejos de reconfortarle, le inquieta. Porque él sabe que no es cierto. Sus rizos naranja no pueden engatusarle. Por supuesto que tiene motivos para temer: tras casi un año en cama, ha perdido un curso en la escuela y el resto de chicos le consideran raro. Su madre intenta compensar las carencias de su joven vida, pero no es suficiente. Únicamente sus escritos le permiten reordenar el caos y fingir que aún tiene las riendas; mantener a raya el miedo.
“Pide lo que quieras”, insta el singular tendero. El pequeño, abandonado por su padre y acostumbrado a refugiarse en la literatura en vez de jugar con otros muchachos por las calles, no lo piensa siquiera: “Quiero que todos me escuchen”. “¿Darías cualquier cosa a cambio? Ten cuidado con lo que deseas; podría hacerse realidad”, advierte el señor Leland. “Bien firma aquí”, claudica al fin ante la terquedad infantil.
“Déjame entrar. Si me aceptas yo no te abandonaré nunca”, susurra tentador desde la ventana. Esa noche el sueño es tan real que no parece una pesadilla. Se levanta agotado a la mañana siguiente. Y cada mañana sucesiva. Como si alguien le estuviese robando todas sus energías. Al otro lado de la calle Main, en el lugar que la tienda nueva ocupó tan brevemente, ni rastro del gran toldo verde. Sólo un ligero olor a azufre.
“Todo se reduce a una simple elección: empeñarse en vivir o empeñarse en morir”, repite inconscientemente la frase de uno de sus protagonistas. Las horas insomnes en compañía de sus temores más ocultos, tejiendo las pesadillas de otros, la fatiga extrema, incluso las críticas… Ha merecido la pena, se dice mientras recuerda su infancia: el pánico de aquel muchacho hacia el universo desconocido que se abría ante él. Por el pasillo resuenan los familiares zapatones. El disciplinado escritor abandona inmediatamente sus reflexiones y la lectura; Eso, siempre fiel, anuncia que es hora de volver al trabajo. Él cierra lentamente la lujosa edición de Fausto. En su rostro, una sonrisa pintada: en el fondo el precio no ha sido tan alto.
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