Lázarus 17 se pregunta cuánto tiempo logrará sobrevivir, cuánto se prolongará esa partida. Sabe que no existen demasiadas posibilidades de que dure mucho más que sus dieciséis predecesores. Pero él dispone de algo que ellos no tenían, él tiene fe. Él tiene una tarjeta de memoria con los recuerdos de una familia, una esposa y unos hijos que quizá no sean suyos, en el bolsillo. Y cada día, al insertarla en su nuca, el pequeño objeto le devuelve un poco de la vida perdida.
Se dispone a pasar la noche una vez más en ese paisaje decadente que se ha convertido en su hogar: estaciones de metro abandonadas, viejas casas en ruinas, alcantarillas…Se conforma con cualquier lugar donde pueda descansar unas pocas horas, en el que resguardarse de las insidias que le acechan.
Escruta el callejón en penumbra y le parece advertir que está despejado. El cansancio es tanto que ni siquiera repara en el bulto recostado contra los contenedores. Para cuando su implante de visión nocturna advierte la figura del vagabundo, ya es demasiado tarde. De debajo de la manta raída, el soldado disfrazado extrae un arma automática. Afortunadamente aún tiene el tiempo suficiente para lanzarse a tierra y esquivar las ráfagas. El único disparo de su vieja Mágnum le alcanza de lleno en el pecho y el cuerpo imponente se desintegra, estalla en una multitud de chispas fosforescentes espectaculares pero fugaces.
Lázarus 17 se pregunta cuándo se cansará Él de jugar, y si un día le permitirá regresar a casa. Porque Lázarus 17 no ha dejado nunca de creer que en efecto tiene un pasado y un hogar y una familia y un futuro que le espera en algún lugar, aunque parezca lejano e incierto. Porque Lázarus 17 tiene algo que sus dieciséis predecesores no tenían: él tiene fe y un improbable retrato de familia en el bolsillo.
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