Tales of Mystery and Imagination

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Salomé Guadalupe Ingelmo: El regreso del Dr. Hesselius / Dr. Hesselius Returns

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–Una sobredosis de té. No fue más que una vulgar alucinación producida por el excesivo consumo de ese mejunje. Cómico, ¿no? Desengáñese, amigo mío, cada caso horrendo en el que me he visto envuelto, por espeluznante que pudiese parecer a simple vista, tenía una explicación muy lógica. No existe lo sobrenatural; no son más que patrañas para convencer a los incautos. Los muertos, muertos están. Y no vuelven.
–Por supuesto, por supuesto –musita distraídamente.
Toma notas con un entusiasmo febril. Ni en sus más locos sueños ni durante sus vigilias más lúcidas habría imaginado tramas tan brillantes. Sin él seguiría escribiendo relatos de fantasmas al uso. Pero con su ayuda, está seguro, creará escuela.
Celebra el audaz espíritu racional del Dr. Hesselius. Sin embargo, al tiempo, le estomaga su exceso de escepticismo. Esa suficiencia germana. Por eso a veces sopesa si revelarle su condición –la memoria es siempre selectiva, piensa–. Pero la tentación dura escasos segundos. Sencillamente no puede; él es feliz así, con esas periódicas entrevistas nocturnas que le permiten rememorar sus casos más enrevesados y horripilantes. Además se le antoja de muy mal gusto decirle a un muerto que lo está. La reacción del espectro podría resultar impredecible. Quizá dejase de acudir a su llamada, y eso supondría la ruina como escritor: adiós a esa misteriosa inspiración que, desde que comprase el reloj que perteneció al doctor, ha encontrado en la noche, en el retiro de su sótano, y que todos atribuyen a la melancolía provocada por la pérdida de su esposa.
–Bien, creo que por hoy nuestro tiempo se ha acabado –acaricia agradecido el mecanismo muerto, parado desde el mismo momento en que Hesselius sufrió un infarto mientras investigaba su último caso, el más aterrador. Ése que tendrá la precaución de no hacerle recordar hasta que no se le hayan agotado las historias–. Es tarde y no desearía abusar de su generosidad. Debe usted descansar –aconseja.
Y el Dr. Hesselius, obediente, se va diluyendo al tiempo que bosteza.





“Tea overdose. It was nothing but a common hallucination caused by excessive intake of this concoction. Comical, doesn’t it? Open your eyes, my friend, each horrific case in which I have been involved, even if it seemed creepy at first glance, had a very logical explanation. The supernatural does not exist; those things are just humbugs for convincing unwary people. The dead are dead. And they do not return.”
“Of course, of course,” he mutters distractedly.
He takes notes with a feverish excitement. He would have imagined so bright stories neither in his craziest dreams nor during his most lucid wakefulness. Without him he would still be writing ordinary ghost stories. But with his help, no doubt, he will create a style.
He celebrates the bold rational spirit of Dr. Hesselius. However, at same time, his excessive scepticism, his Germanic sufficiency, bothers him. So sometimes he weighs whether to disclose to Hesselius his real condition—memory is always selective, he thinks—. But temptation lasts a few seconds. He simply can’t do it; the doctor is happy in this way, with these periodic nocturnal interviews that allow him to recall his most complicated and gruesome cases. In addition he regards as in very bad taste telling a dead he is dead. The reaction of the spectre could be unpredictable. He might leave to respond to his call, and it would mean his ruin as a writer: goodbye to the mysterious inspiration, since he bought the watch that belonged to the doctor, he has found at night, in the privacy of his basement, and everyone attributes to melancholy caused by the loss of his wife.
“Well, I think for today our time is up.” He strokes gratefully the dead mechanism, stopped from the very moment Hesselius suffered a heart attack while investigating his last case, the most frightening. That one he cautiously will avoid reminding the doctor until he has exhausted the stories. “It's late and I wouldn’t like to abuse your generosity. You must rest,” he advises.
And Dr. Hesselius obediently fades while he yawns.

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