Un aturdimiento lo despierta. Abre los ojos. Es lo mismo de siempre. Siempre lo mismo. Siente su lecho. Mira hacia arriba y ve el techo bajar Como antes. Siente el piso subir. Como siempre. Es la insatisfacción, se dice. Y ve las paredes. Cuatro aún Como antes Cuatro de múltiples facetas. Pero hay una puerta. Su vida exterior es mediocre. No vale la pena. La puerta se abrió para dejarlo salir y se reabre para dejarlo entrar. Es lo mismo; el techo que baja y el piso que sube, cuatro paredes que se acercan. Duerme. Un sobresalto lo despierta. Todo igual. Cuatro paredes que se estrechan y dos planchas que se acercan. Es la soledad, se dice. La puerta es pequeña. Pero sale, y su vida mediocre retranscurre. La puerta se abre. Casi no cabe. Pero entra. Las paredes y las planchas se le acercan más aún. Como antes. Es el cansancio de la noche, se dice. Pesadilla. Despierta gritando. Se acercan más y más. Con dificultad logra salir Mediocre vida de perro. Entra, ayudado por la desesperación, dejando carnes y alma afuera, de tan chica que es la puerta. Toma el cráneo en sus manos, se recuesta y palpa el techo, el piso, una pared, otra, la otra y otra más. Son suaves. Es la agonía, se dice. Abandona la mente. Abandona la tierra. Abandona la vida. La tumba se cierra al fin.
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