Era extraña aquella voz de contralto en la niña prodigio, pero se tendían a su alrededor tapices de concierto para verla tan niña, pálida y vestida de negro cantando con la voz de una alma mayor que la que le pertenecía.
La voz de contralto de la niña ponía en todas aquellas damas vestidas de blanco, que sufrían el escalofrío de oír penar a la acólita los pecados mayores que les pertenecían a ellas.
Huérfana, era llevada de un escenario a otro y de salón en salón por una tía suya que parecía cuidarla con un esmero de madre.
La vida parecía rodear de lejos a la niña con conmovedora voz de contralto, pero pronto se acercó a ella y comenzó a colgar de sus hombros el chal de pieles el novio futuro.
Ella le acogió con anhelo de hacerle la confidencia suprema de su espíritu, y un día le dijo:
No canto yo... Alguien canta por mí... Mi voz es la voz de mi madre.
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