Tocó la puerta por tercera ocasión. Yo dudaba entre ocultarme en el baño o enfrentarlo abiertamente; no me interesaba más el pacto. Tenía un boleto de tren para partir en la madrugada hacia Tierra Caliente.
A la cuarta llamada abrí con violencia y vi al quebrantahuesos : sus ojos, lejos de parecer amenazantes, imploraban. Me ofrecía el cuerpo laxo de una jovencita rubia, no mayor de quince años. ¡Ese cuerpo ya está maduro!, le grité cerrando la puerta de golpe. Corrí hasta la recámara, abrí la ventana, cogí la valija y me deslicé con dificultad por la tubería amarilla. Mientras intentaba alejarme por la solitaria calle, alcancé a escuchar al quebrantahuesos que chillaba golpeándose contra la puerta del pasillo.
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