Me obsesiona esto —y tanto, que con frecuencia olvido que ya lo conté, y vuelvo a contarlo—: Cuatro amigos van al mar, vacaciones, muchachos de veinte años; uno de ellos lleva cámara fotográfica; se apartan a unas peñas, lejos de la gente, y mientras los otros tres se asolean el de la cámara prepara el rollo. Mañana perfecta, limpia, ligeramente ventosa. Mar espumoso, greñudo.
—A ver —dice aquel—, párense, les tomo una foto.
Se levantan los tres, se enlazan riendo en el borde de las peñas, el artista los busca con la lente. —Ya —dice, dispara, oye un estruendo, alza la cara y de agua le bañan los pies y nunca nadie volvió a ver a los tres muchachos, no aparecieron jamás, y en la fotografía, se ve la ola enorme, cóncava, oscura, garra, cúpula espantosa.
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