El estallido atronador lo dejó completamente sordo. De pronto sintió el frío y agreste suelo a sus espaldas. Vio algunas figuras humanas corriendo apresuradas, unas tratando de ocultarse, otras que se le acercaban diligentes. Buscó sus sentidos y percibió que, aparte de la sordera que lentamente se iba diluyendo, todo estaba bien. Sentía su cabeza, sus manos, sus pies y sus dedos: Sentía todos sus dedos. Si, los sentía. Se felicitó por su buena suerte; después de todo había salido bien parado de la explosión.
-¡Una mina! ¡Pisó una mina! – gritó un soldado.
Fue a levantarse pero no lo logró. Cuando quiso ponerse en pie notó con horror que la mina le había volado un pie y hecho trizas el otro. Entonces se desmayó.
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