‒Lo han dejado seco con el tacón. Un sólo golpe justo en el corazón: una fuerza sobrehumana. Diseñador de profesión. Un tipo tranquilo, nada de escándalos. Que se sepa, no le iba el sadomaso y ni siquiera era promiscuo: la misma pareja los últimos ocho años. Yo habría dicho un crimen pasional… Quizá, un súbito arranque de ira. Debe de haber cabreado mucho a alguien.
El inspector escucha atentamente con el rostro desencajado.
‒¡¿Cuántas veces te he repetido que no entres en casa sin las bayetas si he dado cera al suelo?! –fuera de sí, lo levanta en vilo y lo deja caer sobre el sillón.
La mira aterrado. Dónde la solícita atleta que pasaba el día limpiando al ritmo de sugerentes músicas orientales, armada de su inseparable plumero, ajena al cansancio, la frustración o los reproches de las mujeres normales. Su cuerpo sigue siendo perfecto, pero cada día resulta más evidente que algo no anda bien en sus circuitos. Se ha convertido en una suerte de Lara Croft desquiciada. Ya no reprime sus accesos de indignación ante la publicidad machista, los comentarios machistas, la moda machista...
‒¡A hacer puñetas! –grita de camino a la fiesta mientras lanza uno de sus zapatos de vertiginoso tacón por la ventanilla del coche‒. Sólo tú podías regalarme algo así. Sólo un hombre, alguien que no tuviese que ponérselos, podría diseñar algo tan incómodo. Cuándo os enteraréis de que no somos muñecas con las que jugar. De nada sirve un zapato desparejado, piensa para sus adentros.
Llevan casados un año. Aún está en garantía; podría descambiarla. Pero el inspector se ha acostumbrado a considerarla su esposa y, estúpidamente, sentiría remordimientos. Como remordimientos sentirá ella por saberse inadecuada. Ha de ser paciente.
En el escenario del crimen no hay huellas. Mientras él contempla la familiar pulcritud, una pluma fugitiva planea desde la lámpara y roza delicadamente su oreja.
No comments:
Post a Comment