—¿Por qué no va a ser posible tirarse por la ventana desde el décimo quinto piso de este hotel, y sobrevivir? ¡Vamos, claro que es posible!
Hacemos, pues, la apuesta, y mi amigo parece asustarse un tanto por el cariz que van tomando las cosas. Yo no espero a que se arrepienta y me lanzo por la ventana. Allá abajo, los pequeños automóviles, ocupados por hombres más pequeños, pasan sin advertir mi caída. En uno de los giros que da mi cuerpo incontrolable, veo la cara de mi amigo, pálida, desencajados los ojos.
Luego, doy de espaldas sobre las baldosas. Al ruido, tres señoras gritan y ven que me estrello; pero yo me levanto, sacudo mis ropas y con la mano saludo a mi amigo, que sigue allá, en la ventana de nuestro cuarto del décimo quinto piso.
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