El otro día pasé
por la librería y lo vi. Otro puto libro de zombis. Estoy hasta los cojones de los libros de zombis. Zombis decimonónicos, zombis costumbristas, zombis nazis, zombis androides, los Beatles zombis, el Papa zombi. Ya no podía más. Así que hice lo único que podía hacer. Le declaré la guerra al resto del mundo y aniquilé a todos menos yo. Así, al menos, dejaría de salir basura sobre zombis.
Los primeros días fueron bien. Luego empecé a tener pesadillas con que todo el mundo se levantaba e iba a por mí. Nada que no arreglara un buen somnífero. Jódete, Richard Matheson. Jódete, Neville.
Luego empecé a albergar una terrible sospecha. Estaba solo en el mundo.
Solo. No había nadie más que yo. Estaba vivo, pero a efectos prácticos era como un muerto en vida, andando solo por los restos de un mundo desolado.
Me había convertido en un zombi a mi vez. No había podido escapar a mi destino.
Mierda de metáforas
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