Carmela estaba tan enamorada de Marcelo que aceptó que su perro Tobi, un alegre labrador de color canela, viviera con ellos.
A los pocos meses, Marcelo enfermó de gravedad y, en el lecho de dolor, le suplicó a Carmela que no abandonara a Tobi, que lo mantuviera con ella tras su muerte; ella con lágrimas en los ojos así lo prometió.
Pero, una vez sola, se sintió incapaz de convivir con el juguetón y alegre Tobi, tan hiperactivo, y lo llevó a sacrificar. A los pocos meses Carmela dio a luz a un niño. Era sano y hermoso. Cuando el médico le golpeó en la espalda para abrir sus pulmones con un arranque de llanto, el bebé aulló, un aullido de perro.
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