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Cristina Fernández Cubas
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Cristina Fernández Cubas: La fiebre azul
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No recuerdo ahora quién me dio el dato. Si fue el propio holandés con el que tenía que cerrar un negocio, o si «Masajonia» era la palabra c...
Cristina Fernández Cubas: La noche de Jezabel
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Los hechos, según Arganza, ocurrieron hace unos veinte años en una poblacióndel interior de no más de mil almas. Era su primer destino,...
Cristina Fernández Cubas: El lugar
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No hacía ni tres horas que nos habíamos casado. Yo estaba en la cocina preparando un último combinado de mi invención; había oscurecido...
Cristina Fernández Cubas: En el hemisferio sur
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«A veces me suceden cosas raras», dijo y se acomodó en el único sillón de mi despacho. Suspiré. Me disgustaba la desenvoltura de a...
Cristina Fernández Cubas: Mi hermana Elba
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Aún ahora, a pesar del tiempo transcurrido, no me cuesta trabajo alguno descifrar aquella letra infantil plagada de errores, ni recons...
Cristina Fernández Cubas: Los altillos de Brumal
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No podría ordenar los principales acontecimientos de mi vida sin hacer antes una breve referencia a la enfermedad que me postró en el l...
Cristina Fernández Cubas: El reloj de Bagdad
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Nunca las temí ni nada hicieron ellas por amedrentarme. Estaban ahí, junto a los fogones, confundidas con el crujir de la leña, el sa...
Cristina Fernández Cubas: El viaje
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Un día la madre de una amiga me contó una curiosa anécdota. Estábamos en su casa, en barrio antiguo de Palma de Mallorca, y desde el ba...
Cristina Fernández Cubas: La ventana del jardín
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El primer escrito que el hijo de los Albert deslizó disimuladamente en mi bolsillo me produjo la impresión de una broma incomprensible....
Cristina Fernández Cubas: El ángulo del horror
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Ahora, cuando golpeaba la puerta por tercera vez, miraba por el ojo de la cerradura sin alcanzar a ver, o paseaba enfurruñada por la ...
Cristina Fernández Cubas: La mujer de verde
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—Lo siento —dice la chica—. Se ha confundido usted. La he escuchado sin pestañear, asintiendo con la cabeza, como si la cosa más n...
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