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Ángel Olgoso
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Ángel Olgoso: El misántropo
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Don Celso Filgueira convocaba la antipatía de todos los vecinos del concello de Ribadeo. Confundían su pereza verbal con arrogancia y la...
Ángel Olgoso: Extremidades
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Iban a demoler el viejo hospital y citaron a los ciudadanos interesados en reclamar sus antiguos despojos corporales, objeto de observa...
Ángel Olgoso: Designaciones
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Levantó una casa y a ese hecho lo llamó hogar. Se rodeó de prójimos y lo llamó familia. Tejió su tiempo con ausencias y lo llamó trabaj...
Ángel Olgoso: Introito para arpa de tendones humanos
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El ojo derecho me cuelga a la altura del pómulo. Las ametralladoras nos barrieron del parapeto. A Le Brun y a mí. Caí bocabajo en el ba...
Ángel Olgoso: Persistencia
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Aún te deseo, denodadamente deseo volver a trepar a tu carne en carne viva, varar en tus oquedades, rozar tus huesos como yemas de prie...
Ángel Olgoso: Lección de música
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Fue en el castillo familiar, no muy distante de la abadía cisterciense de Flavan -cierto día en que Guillaume de Langres, primogénito ...
Ángel Olgoso: La larga digestión del dragón de Komodo
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Alrededor de las once de la mañana, a petición mía, el vehículo oficial del ministerio me deja ante la vieja casa –ahora abandonada- d...
Ángel Olgoso: El espejo
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El barbero tijereteaba sin descanso. El barbero afilaba una y otra vez la navaja en el asentador. Clientes de toda laya acudían al lo...
Ángel Olgoso: Los palafitos
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Nada hay tan grato para un espíritu melancólico como realizar a solas, avanzada la primavera, una discreta excursión botánica, entrega...
Ángel Olgoso: El espanto
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Acodado en una mesita exterior del café Madagascar, sorbo el contenido de mi taza y contemplo a los transeúntes, estudiándolos como qui...
Ángel Olgoso: Los bajíos
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Se untan con pomadas para cicatrizar las terribles grietas que deja en su piel la humedad constante y reblandecedora. Frotan sin piedad...
Ángel Olgoso: Árboles al pie de la cama
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Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabr...
Ángel Olgoso: Los buenos caldos
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En la anochecida, cuando el extraño pasó a nuestro lado, le abrimos el cráneo con el grueso sarmiento que usamos en estas ocasiones. ...
Ángel Olgoso: Cleveland
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El humo se acumulaba en el techo de la bolera. Los muchachos, confiados, lanzaron sus bolas como quien exprime un jugoso racimo de baya...
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